El estudio de la política, del fenómeno del poder y sus juegos, es apasionante porque permite conocernos, acercarnos a los complejos y conflictivos que somos, es enfrentarnos a nuestros demonios como lo expresa Weber, escenarios tan difíciles y angustiosos como la mentira, la calumnia, la envidia, las trampas, las estrategias, acuerdos bajo la mesa, y hasta la misma guerra. Pero, paradójicamente también la política nos muestra lo mucho que nos esforzamos por ser mejores, por entendernos, tener proyectos comunes, ayudarnos, ser solidarios, liderar, buscar el bien común. A esa primera cara los teóricos le llaman realismo y a lo segundo idealismo, sin embargo, las dos son realidades profunda-mente humanas que nos muestran a la persona con todos sus dilemas, pero también con las ansias de superarse a sí mismo. Estas aparentes contradicciones reflejan, como diría Marías, “el carácter finito, limitado, insatisfactorio pero a la vez proyectivo, futurizo, ilusionado del hombre”, el cual “podría expresarse en seis palabras: ser persona es poder ser más.”